martes, 29 de noviembre de 2011

Un espía camina siempre a tu lado

ABC

Daniel Iriarte / Enviado Especial a Damasco

«Aquí, por cada dos espías, hay otro espía en medio», nos asegura un presunto vendedor de alfombras de Damasco. Lo hace de forma amistosa, en italiano, para evitar oídos indiscretos, pero la conversación no tarda en derivar hacia quién es el extranjero que ha osado venir a Siria en tan delicado momento y qué está haciendo aquí, y cuál es su opinión sobre «la situación».

Estas preguntas, forzadas y antinaturales, parecen indicar que el vendedor es también un informador del régimen. Cuando, horas más tarde, este enviado especial vuelve a pasar por el mismo lugar, no hay ni rastro del presunto vendedor de alfombras... y los dueños de la tienda aseguran no conocerle.

Y es que la «mujabarat» siria, el temido servicio de inteligencia dedicado en cuerpo y alma a reprimir la disidencia, es omnipresente. Se dice que en el barrio de Bab Touma, en Damasco, donde residen la mayoría de los extranjeros, hasta los barrenderos son políglotas.

«Intentan escuchar todas nuestras conversaciones. A veces hasta se les oye toser al otro lado de la línea del teléfono», nos explica un español con varios años de residencia en Damasco, familiarizado con la forma de trabajar de la «mujabarat». Famosa es la anécdota de aquella profesora de idiomas a quien, en mitad de una charla telefónica, le interrumpieron la línea y le soltaron un descarado: «¿Puede repetir, por favor?».

Pero el lado cómico del asunto se esfuma cuando la gente empieza a desaparecer sin dejar rastro. Según el último informe de Amnistía Internacional, los diferentes servicios de inteligencia sirios son responsables de la abducción de miles de personas, y la tortura de cientos de ellas, desde el inicio de la revuelta.

En realidad, no hay una «mujabarat», sino cuatro: la Dirección General de Seguridad, la Dirección de Seguridad Política, la Inteligencia Militar, y la de la Fuerza Aérea. Cada una tiene su propia jefatura y su red de agentes, centros e incluso prisiones. Y a pesar de sus nombres, todas ellas participan de una u otra forma en actividades contra la disidencia.

La más poderosa es la Inteligencia de la Fuerza Aérea, mimada por el régimen (no en vano, el ex presidente Hafez al Assad, padre del actual líder sirio, era coronel de aviación), entre cuyas funciones ha estado siempre la represión interna, incluida la matanza de islamistas en Hama en 1982. Hace dos semanas el Ejército Sirio Libre lanzó un ataque contra su base en Harasta, en la periferia de Damasco.

Con descaro

«Yo, por cuestiones de rutina, he estado citado en una oficina de la “mujabarat”, y allí veías a un tipo con unos audífonos apuntando lo que iba escuchando. Vamos, que no se cortan un pelo», nos cuenta nuestro interlocutor español, que explica que normalmente todos los empleados sirios que trabajan en legaciones diplomáticas, institutos de idiomas o empresas extranjeras son informadores. «Es que si no lo hacen así, directamente no les permiten aceptar el trabajo», asegura.

«En épocas normales, lo que quieren es que sepas que están ahí. Te citan en la sede para preguntarte por tu vida, para dejarte claro que ellos lo controlan todo», nos dice un activista implicado en las actuales protestas. «También te piden que informes sobre tus amigos y conocidos. Y a veces oyes cosas: un vecino, un compañero de universidad que han arrestado y a quien no vuelves a ver durante un tiempo», cuenta.

Ahora, con una insurrección en marcha, la actividad de los «mujos», como los denomina la comunidad de expatriados residentes en Siria, es frenética. Y dado que apenas quedan occidentales en el país, cualquier recién llegado es sospechoso.

Desde el pasado 1 de noviembre, las compañías de telecomunicaciones tienen prohibida la venta de tarjetas de teléfono a los extranjeros. Y durante la realización de este reportaje, este enviado especial ha sido vigilado de forma casi constante por un operativo de al menos cinco personas.

La «mujabarat», además, ha empezado a hostigar a los exiliados sirios que se atreven a manifestarse públicamente en otros países, identificándoles, y, en algunos casos, castigando a sus familiares en la propia Siria. Con una oposición en la calle que crece cada día, la estrategia represiva no parece que sea eficaz. Pero el miedo, en los ojos y las palabras de los sirios, sigue presente.

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